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Donde el agua enferma y el aire quema: vivir en Villa Inflamable

Nadie elige nacer junto a un tanque de petróleo. Nadie sueña con criar a sus hijos sobre un terreno relleno de basura industrial, sin cloacas, sin agua potable, sin gas. Pero en Villa Inflamable, partido de Avellaneda, más de 3.500 personas viven esa realidad cada día. Lo hacen rodeadas por más de 40 industrias químicas y petroquímicas, a metros del Riachuelo.

Para muchos vecinos, el simple hecho de nombrar su barrio es un obstáculo. A veces dicen que viven "por Dock Sud", otras directamente usan la dirección de un familiar. "Villa Inflamable" es un nombre que pesa. Según relatan, en entrevistas laborales o trámites oficiales, esa dirección funciona como una barrera. "Cuando puse esa dirección en el currículum, no me llamaron más", cuenta una vecina.

En este rincón del conurbano hay más de 1.800 viviendas. El 60 % son precarias o construidas con materiales mixtos. Muchas tienen filtraciones, goteras o están sobre suelos inestables. El hacinamiento crítico afecta al 20 % de las familias: hay casas donde viven ocho o diez personas compartiendo un solo baño. A veces ni eso. "Vivimos muchas personas en espacios muy chicos. Algunas familias comparten una misma habitación", cuenta Claudia Espíndola, vecina e integrante de la organización barrial Sembrando Juntos.

Las calles de tierra se convierten en ríos de barro y aguas servidas cuando llueve. El barrio no tiene red de cloacas. En muchos casos, los desechos se tiran directamente a lagunas abiertas. Según ACUMAR, esas aguas están contaminadas con benceno, tolueno, plomo y metales pesados. Las casas están construidas a nivel del suelo o incluso por debajo, lo que permite que las inundaciones entren a las viviendas.

El agua tampoco es segura. Hasta 2023, ACUMAR entregaba bidones para consumo humano. Hoy esa asistencia fue suspendida. "Ni con el motor que compramos sale agua. Es una vergüenza, ni una gota de agua con el calor que hace", denuncia Elva Balmaceda. "Me vinieron a hacer encuestas cinco veces por el tema del agua y sigo con la misma agua contaminada", agrega. Según estudios de la Universidad Nacional de Lanús, en 3 de cada 10 niños del barrio se detectaron niveles de plomo en sangre por encima de los valores permitidos por la OMS.

El aire tiene olor a químico. En los días de viento desde el polo industrial, el olor se intensifica. "La contaminación está en la tierra y en el agua", dice Norma Fernández, otra vecina. "Cuando hay inundaciones, el agua llega a los terrenos, inunda las casas y cuando baja, nos deja toda la porquería adentro", completa Claudia.

Las enfermedades respiratorias, los problemas de piel, los abortos espontáneos y los casos de cáncer son frecuentes. El acceso a la salud, en cambio, es limitado. La Unidad Sanitaria más cercana da apenas 10 turnos por especialidad. "Las ambulancias no entran. Para hacerme estudios tengo que ir al Fiorito o probar suerte en la salita", cuenta Jésica, vecina del barrio.

Las condiciones de vida no se explican solo por el ambiente: también por la pobreza. El 61 % de las familias tiene al menos una necesidad básica insatisfecha. La mayoría trabaja en negro: reciclado, limpieza, ferias. La ayuda estatal, como AUH o Potenciar Trabajo, es insuficiente para cubrir los gastos básicos. En el barrio no hay bancos ni cajeros. Comer, pagar una garrafa o cargar la SUBE muchas veces depende de la ayuda de un vecino.

A pesar de todo, Villa Inflamable se sostiene. Se sostiene en la fuerza de las redes, de los comedores populares, de las mujeres que organizan, cocinan, acompañan. La organización Sembrando Juntos es solo una de las tantas que hacen lo que el Estado no. También hay promotoras de salud, vecinas que abren sus casas para cuidar chicos o prestar la ducha.

En 2008, la Corte Suprema de Justicia de la Nación dictó el fallo "Mendoza", que ordenó al Estado Nacional, la Provincia de Buenos Aires y la Ciudad de Buenos Aires sanear la cuenca Matanza-Riachuelo y relocalizar a las familias que vivían en zonas de riesgo ambiental, entre ellas Villa Inflamable. Ese mismo año, se creó ACUMAR, organismo encargado de llevar a cabo ese plan.

Durante los primeros años, algunas familias del barrio fueron trasladadas a un complejo habitacional en Wilde. Sin embargo, muchas otras quedaron fuera de los censos, no fueron notificadas o directamente no calificaron para acceder a las nuevas viviendas.

En marzo de 2012, se anticipó que 1.500 familias serían relocalizadas en terrenos cedidos por la empresa Exolgan, según anunciaron ACUMAR y el Municipio. Sin embargo, el proceso fue lento, con trabas presupuestarias, técnicas y políticas.

En marzo de 2020, ACUMAR anunció haber realizado trabajos de limpieza de canales 2 y 3 dentro del barrio, con participación de cooperativas locales. La intervención incluyó la remoción de residuos y malezas, pero no fue acompañada por obras estructurales.

En 2021, comenzaron las primeras obras de agua potable y cloacas, con una inversión de $16 millones, destinadas inicialmente a 95 familias. Aun así, la mayoría de las viviendas no accede al servicio hasta el día de hoy.

En octubre de 2022, el juez federal Luis Armella entregó al Municipio de Avellaneda y a ACUMAR la posesión judicial de nuevos terrenos expropiados, con el compromiso formal de presentar un plan integral de relocalización en un plazo de diez días. El plan pretendía albergar a entre 1.200 y 1.500 familias, pero no hubo avances públicos significativos desde entonces.

En enero de 2023, ACUMAR y el Municipio firmaron un convenio para ejecutar el Plan Hidráulico de Villa Inflamable, con una inversión de $1.612 millones para obras de desagüe pluvial, canalización y pavimentación. Fue una de las últimas acciones visibles antes del cierre formal de la causa judicial.

En julio de 2023, la Corte Suprema dio por cumplido el fallo Mendoza. Desde ACUMAR afirmaron que "se alcanzaron los objetivos estructurales" y que el cierre de la causa abría una "nueva etapa de fortalecimiento institucional y territorial".

Sin embargo, en el barrio aseguran que tras ese cierre se suspendieron los monitoreos ambientales y la entrega de bidones de agua potable. "Antes hacían análisis de sangre. Al que tenía más plomo, le daban una casa en Wilde de premio. La mayoría de los que le ofrecieron viviendas se fueron; una solución para unos pocos. Yo a mis hijos les hago todos los años análisis, pero yo no sé si realmente me dicen la verdad. Posiblemente tengan algo en sangre y me digan que está todo ok", cuenta Pedro. La desconfianza es parte del día a día.

El Municipio de Avellaneda, si bien anuncia obras de urbanización en barrios como Villa Azul o Villa Tranquila, no menciona públicamente avances específicos en Villa Inflamable. "Junté firmas, presenté un pedido para entubar los desagües, fui a la Municipalidad... y nunca me respondieron", agrega Pedro. Otro vecino coincide: "Cuando necesitan un voto, mandan cuadrillas. Hacen como que limpian, sacan fotos, hacen un teatro".

La relocalización no resuelve todo. Algunos la esperan. Otros temen perder su red de contención. Mudarse implica gastos nuevos, transporte, desarraigo. "Muchos se fueron, otros llegaron con la esperanza de ser censados. Pero no todos quieren irse. No porque les guste vivir con químicos, sino porque afuera hay más incertidumbre", explican desde el barrio.

El prejuicio también pesa. "Estamos abandonados. Solo se acuerdan de nosotros cuando necesitan un voto", dice Silvia, otra vecina. Muchos deben mentir su dirección para buscar trabajo. Otros evitan decir que son de la villa. No por vergüenza, sino por miedo a ser descartados.

Villa Inflamable no es un barrio cualquiera. Es el resumen más cruel de un país que convive con zonas de sacrificio. Donde el agua enferma, el suelo quema y el aire mata. Donde las políticas no llegan, o lo hacen a medias. Donde las promesas se repiten, pero no se cumplen.

Y sin embargo, ahí se vive. Se crían hijos. Se resiste. Con lo poco. Con lo que hay.


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